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PARÍS - LA PEZ - MADRID
23 May 2024

Un Viaje por la Historia del Valle de Chistau

Nos complace presentar un artículo del escritor Toño Vila Bielsa, miembro de Gestavi, que nos sumerge en la historia menos conocida de nuestra región. A través de sus palabras, descubrimos los vestigios y relatos que han dado forma a nuestro entorno, muchos de los cuales han quedado casi olvidados en el tiempo. Este relato nos transporta al siglo XVIII y nos muestra el ambicioso proyecto de un túnel que habría conectado España y Francia a través del Valle de la Pez.

Descubriendo el Valle de la Pez

Recorriendo algunos lugares podemos encontrar vestigios sorprendentes que nos hablan de historias antiguas y prácticamente olvidadas. Cuando el caminante observador transita por la vertiente norte del valle de la Pez, descubre en la margen izquierda del arroyo una oquedad en la roca, como una cueva. Al aproximarse al lugar, sorprende hallar una especie de túnel sin salida, pero que penetra en la montaña unas decenas de metros.Fotografia tomada por el autor que muestra el puerto de la Pez

Tras ese túnel olvidado se esconde una larga, compleja y bastante desconocida historia que voy a intentar desvelar a continuación. François Marsan, cura de Saint Lary, conocía todos los detalles. Aunque el abad abandonó el mundo de los vivos hace un siglo, tenemos la fortuna de que nos dejara un minucioso estudio que elaboró en el año 1899 para la Sociedad Arqueológica de Midi.


El Proyecto del túnel. La Visión de Antoine Mégret d'Étigny

Según el relato del abad, todo comenzó a mediados del siglo XVIII con Antoine Mégret d'Etigny, el gran visionario. Procedente de una buena familia del norte del país, fue nombrado intendente de la Généralité de Auch, donde se esforzó en reformar y modernizar el territorio. Entre otros logros cabe destacar que fue el gran impulsor de los baños de Luchon y de la revitalización de la localidad pirenaica dotándola de servicios y accesos de primer orden.

Portada y enlace al estudio original realizado por el abad François Marsan, cura de Saint Lary, para la Société Archéologique du Midi en 1899. Está disponible en la colección digital de Gallica, la biblioteca digital de la Biblioteca Nacional de Francia. Agradecemos a esta institución por poner el documento a disposición pública.

Pues bien, este señor creyó que, en aras del comercio y del progreso, trazar una carretera que uniera París con Madrid atravesando la cordillera pirenaica, sería una idea magnífica que traería prosperidad a ambos reinos. Según sus cálculos, sería más corta que la alternativa por Bayona, además de evitar las farragosas tierras de las Landas. Por si fuera poco, la ruta española que atravesaba Aragón le parecía mucho más interesante que la que, desde el país vasco, discurre por tierras castellanas. 

El punto más delicado, evidentemente, era la travesía fronteriza. Por eso encargó a varios ingenieros la búsqueda del trazado más idóneo para solventar el problema. Los estudios concluyeron que el lugar indicado era el Puerto de la Pez, que unía los valles de Louron en la vertiente francesa, y Chistau en la cara sur. El Intendente compartió sus inquietudes con el capitán general del ejército y Reino de Aragón, el marqués de Castelar, y ambos coincidieron en que el túnel abriría nuevas vías comerciales que beneficiarían a ambos países. Monsieur Picot y un tal Germenaud fueron quienes elaboraron el proyecto que, inmediatamente, fue presentado al intendente general de finanzas francés en el año 1766. 

Estatua de Antoine Maigret d'Etigny en Bagnères-de-Luchon.

Arduas gestiones

A d’Etigny, hombre habituado a culminar sus proyectos, le sorprendió la muerte demasiado pronto, aunque su testigo fue recogido por Monseigneur de Journet.

 El mayor problema para llevar a cabo una obra de tal envergadura era el de siempre: encontrar la financiación apropiada. Pues las finanzas francesas no atravesaban su mejor época. Pero d'Etigny lo tenía todo pensado y su sucesor Journet se las arregló para encontrar a esos valientes que se aventuraran a emprender la obra. Hacía tiempo que los franceses habían puesto sus ojos en las magníficas montañas chistabinas en las que, según su propia descripción, había bosques que el hacha había respetado y donde crecían pinos y abetos de dimensiones y calidad excepcionales, que lucirían magníficamente convertidos en mástiles de la real (y necesitada) armada francesa. Los bosques francos ya no daban para más y el precio de los árboles que importaban desde el norte se había puesto por las nubes. Los suculentos beneficios que prometían las coníferas aragonesas atrajeron a la nueva compañía. Cinco serían los socios que abordarían el peliagudo negocio: 

  • - Denis Deschamps, de Toulouse, proveedor de la Marina en el puerto de Toulon.
  • - Georges Théveny, de Narbonne.
  • - Joseph Lasserre, de Paris.
  • - Barthélémy Fournier, seigneur de Montoussé.
  • - Jean Carrère, de Saint-Lary.

 

Los tres últimos negociarán en Chistau la concesión de la explotación de los bosques del valle durante veinte años, comprometiéndose a abonar 20 sueldos por árbol. El acuerdo quedó cerrado a falta del beneplácito real.

Deschamps y Lasserre serían los encargados de viajar a Madrid en busca de esa aprobación y, para comenzar, se entrevistaron con el Marqués de Ossun, embajador francés en nuestro país. En la capital del reino intentan tirar de contactos y es cuando aparece en escena el conde Héctor Louis de Ségure, de Arreau. Dicen de él que fue un hombre generoso, sincero y fiel a su país. Fidelidad que le llevó a convertirse en mosquetero del rey de Francia. Enterado del asunto, no dudó ni un instante en arrimar el hombro y acompañar a monsieur Lasserre al consejo de Castilla. Las gestiones dieron sus frutos y, tras afrontar pacientemente la siempre tediosa burocracia, se autorizó la venta de la madera a los franceses, previa demostración de que Plan, San Juan y Gistaín gozaban de la propiedad de los montes. El mosquetero y el embajador francés, satisfechos por los avances alcanzados, decidieron enviar a Lasserre a la corte parisina metiéndole en las alforjas una detallada memoria del proyecto y una carta de recomendación con el objetivo de obtener el apoyo del rey francés. La memoria  se deshace en elogios hacia la madera chistabina y en ella se advierte de que esta debe ser extraída hacia el norte, no vaya a ser que el gobierno español decida apropiarse de la idea y llevársela Cinca abajo. Porque, además (añade el informe), los españoles no sabrían aprovechar tan preciado recurso y seguramente se contentarían con fastidiar al vecino.

Interior del tunel de la Pez.

En París todo parece ir sobre ruedas. El ministro de la marina ve el proyecto con buenos ojos y lo pasa al despacho del consejo de estado. El abad Terray, un pez gordo en dicho consejo e inspector de finanzas, redacta un informe en el que se muestra generoso, aunque no se pilla los dedos en el tema monetario. Concede 140.000 libras para la carretera y el túnel de la Pez, dejando claro que se pagarán en siete cómodos plazos en años consecutivos una vez finalizadas las obras. Además, especifica que regiones del sur de Francia deberán sufragar la obra y el porcentaje que le corresponderá a cada una.

Solo unos locos o unos inconscientes aceptarían esas condiciones, adelantar el dinero y completar la obra sin haber recibido ni un triste Luis. Pero el valor de la madera no hace dudar a la nueva empresa y deciden buscar financiación y lanzarse a la piscina. Journet, el nuevo intendente, resuelve asesorarse bien antes de comenzar las obras y consulta con un experto inspector de minas y dos curtidos mineros de Sarrancolin. Estos hacen números y advierten de la dificultad de la empresa. Sin embargo, cuando Lasserre y Théveny se entrevistan con ellos (deduzco que con excelentes dotes de persuasión), terminan firmando el contrato, considerándose lo bastante capaces para culminar la audaz obra que se resume en 20 kilómetros de carretera de Genos al valle de la Pez (cuatro puentes incluidos), abrir el túnel y comunicarlo con los excelentes bosques de Chistau. ¿Cuándo empezamos…?

 

Comienzan las obras

Journet, tan metódico él, contrata a un ingeniero parisino que dirigirá la empresa: Duclos de la Bellière. Todo está dispuesto. ¿Qué puede salir mal?

A primeros de mayo del año 1771, cuando la nieve se va transformando en infinidad de torrentes que se abalanzan sobre el valle, los mineros comienzan a golpear las duras moles de roca que, una vez traspasadas, abrirán el camino a un sinfín de posibilidades. 

Un jefe de obra, ocho mineros, cuatro peones, un herrero y su ayudante, un encargado de suministrar carbón y leña, y otro operario que, junto a su caballo, abastecerá de víveres a los trabajadores. Ese sería el equipo que, a relevos, debería trabajar día y noche perforando la montaña.

Detalle de gastos elaborado por el inspector de minas François Serrat-Ollé y los mineros Pierre Caydel y Augustin Feynes.

Un año más tarde, habiendo desembolsado ya 18000 libras y horadado casi cincuenta metros de túnel, Lasserre considera que ha llegado el momento de comenzar los trabajos en la vertiente sur. Por lo que se dirige al conde de Manso, ahora capitán general de Aragón, para informarle y solicitar su aprobación.

Cambio de rumbo

Pero muchas veces ocurre, al ejecutar un proyecto, que el paso del tiempo puede resultar decisivo, trastocando los planes iniciales. D’Étigny había muerto, el marqués de Castelar también. Parece ser que desde tierras vascas y navarras veían con desconfianza la apertura del túnel de la Pez. Quizá había recelo a que la nueva vía eclipsara sus propias comunicaciones con Francia. Tal vez se temía a una invasión militar, a pesar del largo periodo de paz y de alianzas imperante entre ambos países. Fueran estos u otros motivos, finalmente (siempre según el abad Marsan), el conde de Ricla, ministro de la Guerra, junto a Miguel Musquiz, ministro de Hacienda, maniobrarían hábilmente para echar por tierra el proyecto transfronterizo, convenciendo al monarca español de que lo interrumpiera inmediatamente. Lasserre, a quien sus gestiones le habían llevado a Zaragoza, fue encarcelado durante casi un año y solo le liberaron una vez hubo firmado un documento en el que renunciaba a continuar los trabajos.

No sé cuánto tiempo perdería nuestro monarca Carlos III en valorar el proyecto. Pero aquel rey que muchos expertos coinciden en considerar el mejor que tuvimos, modernista, austero, fiel, que buscaba el bien de sus súbditos, y que mandó construir 2000 km. de carreteras y 600 puentes; paralizó la ejecución del túnel de la Pez que nos hubiera acercado a nuestros vecinos del otro côté. Su primo Luis XV, rey de Francia, tal vez nunca llegara a conocer el proyecto, pues cuentan que jamás se interesó en exceso por la política, quizá demasiado ocupado en atender a sus amantes. En su favor hay que recordar su aportación a la cultura y a las artes.

Château de Ségure en la actualidad.

A nuestro mosquetero Louis Héctor los hechos le pillaron de misión diplomática en Polonia. A su regreso, y sin pérdida de tiempo, redactó una extensa y encomiable memoria dirigida a los estados del Languedoc y a su arzobispo. En ella pone todo el arte de su pluma y sus conocimientos como hombre de mundo para intentar lograr el apoyo a la causa del Puerto de la Pez. Pide reclamar a la corte española los derechos adquiridos con tanto esfuerzo, y llevar a cabo las gestiones (o intrigas) necesarias para que los españoles respeten los tratados firmados varios años atrás. Les advierte de que pueden estar a punto de perder una oportunidad histórica. Apela a su patriotismo y sentido común. Les recuerda que obras mucho menos rentables y más caras se han realizado continuamente. Les habla del espíritu de los romanos siempre dispuestos a emprender reformas que redundaran en el bien público. Incluso nombra en su alegato a algunos conquistadores asiáticos de la antigüedad. También les asegura que, incluso en caso de guerra, el túnel no influirá en favor de unos ni de otros. No se olvida el conde de Ségure de los solemnes tratados de “Lies et passeries” vigentes desde tiempos remotos y suscritos por los habitantes de ambos lados de la montaña. En ellos se comprometen a no empuñar jamás las armas en contra de sus vecinos, y a ayudarse y comunicarse tanto en tiempo de paz como de guerra, allá se detesten sus respectivos soberanos o envíen a sus ejércitos o a sus naves a despedazarse en cualquier rincón del planeta. Louis Héctor ensalza la integridad y honestidad de los montañeses a la hora de cumplir lo pactado.

La respuesta a tan vehemente misiva fue tan cortés como breve. Y, sobre todo, descorazonadora. Pues desde Toulouse afirmaron que todo les parecía bien, que les encantaría ayudar, pero que, ahora mismo, ellos estaban a otras cosas.

Y, como las desgracias a veces llegan a pares, resultó que el nuevo secretario de estado francés, el Duque de Ayguillon, enemigo declarado de su antecesor el duque de Choiseul, decidió dejar claro quién mandaba allí. Así que acusó a Choiseul y a Louis Héctor de Ségure de intrigas políticas a sus espaldas, y ordenó trasladar al mosquetero a la Bastilla para confinarlo después en su castillo de Arreau.

Últimos coletazos

El proyecto de la Pez caerá en el olvido hasta que en 1777 los habitantes del valle de Louron intentarán reflotarlo dirigiéndose por escrito al primer par de Francia con escaso éxito. El conde de Ségure no cejó en su empeño y durante los años 1781 y 1782 realizaría diversas gestiones. En 1783, el conde de Vergennes, ministro de asuntos extranjeros se pone en contacto con la corte española donde, sorprendentemente, no descartan tomar en consideración el asunto. Mientras la burocracia avanza a su ritmo, un nuevo empresario compra los bosques de Bielsa y propone a Louis Héctor abrir una comunicación por el valle de Rioumajou, donde el Puerto de Plan ha sido transitado desde siglos atrás. Pero los años pasaban y los proyectos se sucedían sin que ninguno viera la luz. Francia se preparaba para su gran revolución, mientras el sueño del túnel de la Pez se despeñaba en el abismo del olvido.

Buques de la Marina francesa en la batalla de Chesapeake.

Por cierto, tras la Revolución Francesa, la madera siguió atrayendo a los galos y, como el ingenio humano no descansa, no tardaron en construir una carretera que atravesaba los bosques chistabinos ascendiendo hasta el puerto de Cavarére, conocido también como puerto de la Madera. Desde allí, los esbeltos mástiles de nuestros montes viajaron, primero por tierra y después por agua, hacia los astilleros franceses dónde se pusieron al servicio de la armada de Napoleón Bonaparte.

El final del Mosquetero Louis Héctor de Ségure

¿Os preguntaréis qué fue de nuestro vehemente mosquetero, el conde de Ségure?

Ese pobre infeliz tuvo un triste final. Tengo entendido que, allá por el año 1790, terminó sus días en las mazmorras de la Alhambra de Granada a causa de sus ideas disidentes. Decididamente, tras este intrépido aureois, también se esconde una interesante y desconocida historia.

FIN

Autor: Toño Vila Bielsa
para el Blog de la Asociación GESTAVI

Ilustración Portada y Editor: Eduardo Mur Terrel

 

 

Bibliografía y Referencias:

Este artículo se enriquece con diversas imágenes y enlaces que proporcionan información adicional y contexto. A continuación, se detallan los recursos utilizados:

La primera fotografía, tomada por el autor, muestra la vertiente francesa del Valle de la Pez.
Está tomada desde el Puerto del mismo nombre.

 

Portada y enlace al estudio original realizado por el abad François Marsan, cura de Saint Lary, para la Société Archéologique du Midi en 1899. Está disponible en la colección digital de Gallica, la biblioteca digital de la Biblioteca Nacional de Francia. Agradecemos a esta institución por poner el documento a disposición pública.

La portada y enlace al estudio original realizado por el abad François Marsan, cura de Saint Lary, para la Société Archéologique du Midi en 1899. Está disponible en la colección digital de Gallica, la biblioteca digital de la Biblioteca Nacional de Francia. Agradecemos a esta institución por poner el documento a disposición pública.

 https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k5340145r.r=Gista%C3%ADn?rk=128756;0

 

 

 

Estatua de Antoine Maigret d'Etigny en Bagnères-de-Luchon.

Una fotografía de la Estatua de Antoine Maigret d’Etigny erigida en el balneario de Bagnères-de-Luchon, localidad que el intendente revitalizó modernizando su trazado urbano, sus accesos y su antiquísimo balneario.
https://histoire-agriculture-touraine.over-blog.com/2020/04/megret-d-etigny-antoine-1719-1767.html

 

 

 

Interior del tunel de la Pez.

Esta otra fotografía también de Toño, está tomada desde el interior del túnel de la Pez, donde se observa como brota un manantial de agua que, a buen seguro, complicaría los trabajos de los mineros.

 

 

Detalle de gastos elaborado por el inspector de minas François Serrat-Ollé y los mineros Pierre Caydel y Augustin Feynes.

En este extracto del estudio original de 1899 se puede ver el presupuesto estimado de gastos mensuales elaborado por el inspector de minas François Serrat-Ollé y los maestros mineros Pierre Caydel y Augustin Feynes, todos ellos de Sarrancolin. https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k5340145r.r=Gista%C3%ADn?rk=128756;0

 

Château de Ségure en la actualidad.

En esta fotografía puede verse el Château de Ségure en la actualidad, hogar del mosquetero Louis Héctor de Ségure, situado en Arreau (Vallée d’Aure), Pirineo francés.

Por Toño Vila Bielsa.

 

 

 

Buques de la Marina francesa en la batalla de Chesapeake.

La imagen es una pintura al óleo creada por v. Zveg en 1962. Representa la Batalla de los Cabos de Virginia del 5 de septiembre de 1781. La obra está disponible en la colección del Naval History and Heritage Command. Puedes agradecer a este organismo por su puesta a disposición pública.  https://www.history.navy.mil/content/history/nhhc/our-collections/photography/numerical-list-of-images/nhhc-series/nh-series/NH-73000/NH-73927-KN.html

 

 

 

Imagen que representa el articulo de Toño creada por Eduardo co IA Generativa y herramientas de edición. Todos los derechos reservados.

Imagen que representa el articulo de Toño creada por Eduardo con IA Generativa y herramientas de edición de Adobe. Todos los derechos reservados.